
Lo que hace años parecía opcional y se percibía como una sofisticación de los corporativos globales es ahora obligatorio: toda empresa que pretenda integrarse a cadenas productivas tiene que cumplir con determinadas normas de calidad y demostrar su compromiso continuo con la sostenibilidad, la gobernanza y la responsabilidad social.
Tanto las regulaciones internacionales como la sociedad misma exigen la reducción de las emisiones nocivas, la adopción de energías renovables, el uso de materiales biodegradables y la gestión adecuada tanto de agua como de desechos, entre otras cosas. Esta evolución de la cultura organizacional también implica la adopción de políticas de inclusión, diversidad y derechos humanos, todo lo cual influye cada vez más en la reputación de las marcas y su aceptación o rechazo por parte del consumidor.
Para estos propósitos, la innovación continua y la digitalización son imperativos; por tanto, es momento de que los empresarios tomen las medidas pertinentes para cumplir con estas regulaciones. Solo así lograrán que sus empresas se mantengan competitivas y, sobre todo, colaborarán de manera activa en los objetivos de supervivencia de la humanidad y de nuestro planeta.